viernes, 4 de diciembre de 2009

Para preservar la memoria histórica salesiana




Cuando se consultan y analizan las distintas crónicas que abordan el tema, resulta increíble ver la manera en que, la congregación salesiana, se fue extendiendo y ramificando por todo el mundo, teniendo como estandarte el fervor que transmitía Juan Bosco a sus hijos, con la protección -siempre presente- de María Auxiliadora.
Para aquellos que se manifiestan especialmente escépticos, resulta también algo admirable comprobar que ni los contratiempos, ni los sinsabores, ni las piedras (terribles piedras) que impedían la continuidad del camino, podían hacer mella en tantos misioneros y misioneras, decididos a entregar la vida por los demás, por los ávidos de cielo, por los desamparados, por los pobres materiales y espirituales, por los jóvenes sin rumbo, a la deriva.
Reflexiono esto y acepto (de otro modo me sería imposible, racionalmente, entenderlo) que la Divina Providencia no sólo ha obrado con sus sueños sobre Don Bosco, sino que también ha inspirado y contagiado ese fervor a sus seguidores, para construir lo que hoy día despunta, en su aurora más clara.
Analizar esa verdadera epopeya a la luz de este tercer milenio, la torna aún más significativa: viajes terribles y agotadores para llegar a los distintos puntos del planeta; gente no siempre predispuesta a recibir la palabra evangelizadora, cuanto más, incivilizados que sólo ostentaban el poder de la violencia como única forma de diálogo; lugares inhóspitos de asilo para la convivencia que ponían a toda prueba ese voto de humildad y pobreza sobre las apetencias personales; el ataque soez y malintencionado de distintos sectores de la sociedad que veía avasallada su moral decadente con la aparición de los sacerdotes salesianos; la muerte y el martirio en muchos casos …tantas piedras en el camino, tantas. Y sin embargo –como una paciente enamorada del muro-, las misioneras y misioneros de Don Bosco, seguían expandiéndose, dejando atrás las innumerables adversidades.
La llegada a San Nicolás de los Arroyos, en la mañana del 23 de diciembre de 1875 (punto inicial y neurálgico de esta empresa de fe), no será distinta a lo que ocurrirá en otras partes de éste y otros continentes, con el correr de los años.
Los sacerdotes que aquí vinieron, eran hombres no ángeles celestiales, al decir del Padre Entraigas, y ello hizo que esta primera expedición de misioneros que llegaron a la Argentina, tuviera sus picos de avance como así también, y en muchos casos concretos, de retrocesos.
Pero había algo que empujaba desde más arriba y ante cualquier escollo, se blandía la fe como combustible necesario para no claudicar.
Sólo en ese contexto, podemos comprender las increíbles deudas contraídas por el Padre Fagnano para ampliar y equiparar el incipiente Colegio “San Nicolás”, las desaveniencias entre el Padre Tomatis y el Coadjutor Bartolomé Molinari, los informes registrados por el Padre Cagliero, en sus primeras visitas a estos pagos (4). No obstante, este soñado “trampolín” de Don Bosco para incursionar posteriormente hacia la Patagonia, se mantenía en pie, aún en el momento donde la crisis estructural de mantenimiento golpeó, y goleó duro, al punto de votarse su cierre definitivo desde la ciudad de Buenos Aires.
El Colegio San Nicolás, llamado con el correr del tiempo simplemente Colegio Don Bosco, se sobrepuso a los avatares y como ha ocurrido en diferentes épocas de sus más de 130 años de existencia, ha campeado el más rudo temporal, convirtiéndose en el faro que realmente es, dentro de la historia salesiana.
Quienes no quieran verlo así, obran por desconocimiento y solo basta recorrer sus claustros para darse cuenta que allí, aún hoy, se respira ese aliento contenido de sus primeros misioneros, impregnado en las mismas simientes de sus paredes ancestrales.
Sin duda, la Iglesia que se erigió a su lado (elevada a Parroquia desde el año 1959) fue el innegable apoyo espiritual donde se “reparaban” todos los desasociegos, todas las frustraciones, todos los infortunios.
Y dentro de esa Iglesia, un cuadro de María Auxiliadora (pintado por Giuseppe Rollini), observaba el devenir apresurado de los días, sabiéndose testigo de ese acontecer milagroso.
Hoy, en este siglo XXI dominado por la crueldad y la violencia, por la falta de solidaridad y el descreimiento, parece ser una imperiosa necesidad volver la vista atrás y rescatar, de ese pasado construido con el sacrificio abnegado de muchos salesianos, las raíces que puedan revitalizar la devoción a Jesucristo, nuestro Señor, a través de ese manto protector de María, siempre auxiliándonos.
Y allí, justamente allí, es donde cobran real sentido los óleos pintados por Rollini y bendecidos por Don Bosco, porque representan (como un tizón encendido) la imagen arquetípica de una bendición que nos llega a todos, a través de los tiempos.

Piero De Vicari

martes, 1 de diciembre de 2009

Devoción a María Auxiliadora: las procesiones en San Nicolás de los Arroyos



"Al crecer San Nicolás como ciudad industrial y de populosos barrios, se inaugura el 6 de diciembre de 1954 el monumento de María Auxiliadora como Patrona del Agro, junto a la ruta a Buenos Aires-Rosario.



Desde entonces se la honra como Patrona del Horticultor, con actos que resultan siempre brillantes.



Narra un cronista P.J. Lago: 'Acabada la Misa, la imagen de la Celestial Patrona, es portada en un tractor Ford, al que acompañan dos caravanas: una de autos y otra de camiones. El recorrido se realiza a la vista del Hospital Regional, Alcoholera, El Cruce, con paradas para cantar alabanzas a cargo del Instituto de María Auxiliadora. La marcha sigue luego hasta Los Dos Amigos y se regresa a la ciudad. Se detiene ante la Iglesia parroquial y termina frente a nuestra Iglesia..."


Del libro "María en San Nicolás, por la fe y la cultura a través de la Obra Salesiana" del P. Celso Valla, SDB, Editora L&M, Gral. Acha, 1998

lunes, 30 de noviembre de 2009

Cooperadores salesianos en San Nicolás de los Arroyos



Don Bosco a los cooperadores de San Nicolás

"A mis beneméritos y caritativos Cooperadores a todos sus parientes y amigos de la ciudad de San Nicolás de los Arroyos: Vuestra religiosidad y vuestra piedad, benévolos amigos cooperadores y cooperadoras, es bien conocida en América como en Europa, especialmente por la contínua protección que dispensáis a nuestros queridos hijos que se hallan entre vosotros.
Sé que vosotros ayudáis y que lo poco que poseen es debido a la caridad de vuestras obras; yo seguiré rezando por vosotros al Señor, a fin de que los favores del Cielo desciendan abundantes sobre vuestras personas, familias y negocios
."

Juan Bosco, Sac.

Turín, 23 de julio de 1886

domingo, 29 de noviembre de 2009

Coro de niños del Colegio Don Bosco de San Nicolás

Los coros de niños del Colegio Don Bosco de San Nicolás y su Parroquia "María Auxiliadora" siempre tuvieron la distinción de lo excelso.



En cada época de estos más de 130 años de historia, las voces de los niños del Colegio y su Parroquia, han entonado cantos para el deleite de toda camunidad educativa y pastoral.




Grabado en octubre de 2007, en el altar de la Parroquia "María Auxiliadora", el Coro de Niños del Colegio Don Bosco de San Nicolás (primera casa salesiana de América), dirigidos por el maestro Julián Sisterna, interpreta un canto de alabanza al Señor. Canto que queremos compartir con todos los lectores de este blog.

1875: el punto de partida...



San Nicolás: el cuartel general…


San Nicolás es nuestro cuartel General:
la población está entusiasmada
con los Padres Salesianos
…”

Carta del Padre Juan Cagliero
a Don Bosco


En el amplio cielo que dibuja el horizonte, la vida de estos primeros misioneros en San Nicolás de los Arroyos, no será del todo apacible: deberán redoblar esfuerzos para poner a punto el Colegio San Nicolás, dotarlo de moviliarios y habitaciones acordes para el buen funcionamiento. Sólo así, se podrá llegar en condiciones al 26 de marzo de 1876, fecha en que el colegio y su capilla anexa, quedan formalmente inaugurados.
Con la presencia de Monseñor León Federico Aneiros (arzobispo de Buenos Aires), el Padre Dr. Pedro Ceccarelli, el Padre Juan Cagliero, el comisionado municipal José Francisco Benítez y personalidades destacadas de la ciudad, el proyecto primigenio de Don Bosco, echaba a andar poniendo siempre su proa hacia el sur.
Ese será, a mi entender, el punto de partida más importante de esta primera camada de misioneros salesianos, porque de allí en adelante se enfrentarán a tiempos de expansión y retrocesos, de acomodamientos básicos y economías desvastadas por la realidad interna del propio Colegio (deudas contraídas para equiparar y mejorar las instalaciones del establecimiento, y solventar los gastos de los pupilos indigentes) y externa del país en su conjunto.
Vendrán tiempos de replantearse si conviene o no seguir manteniendo un Colegio deficitario, o si la constante prédica de la Masonería local denostando la labor salesiana, harán mella en el temple decidido de los abnegados sacerdotes.
En este último contexto, cabe señalar que la actitud de los masones locales fue de tal magnitud que hasta se llegó a abrir -como contrapartida al emprendimiento de los misioneros de Don Bosco- un colegio dirigido y administrado por la Logia Unión y Amistad.
Si bien este nuevo establecimiento educativo en un principio le restó alumnos al Colegio San Nicolás, su vida fue efímera -solo dos años- cayendo rápidamente en el descrédito y en deudas impagables que aceleraron su cierre. Aún así, las difamaciones se suscitaban por igual abarcando incluso un ramillete de comentarios infames. Véase, como ejemplo, la nota dirigida al Doctor José Solá por parte del Padre José Fagnano, fechada el día 16 de abril de 1877: “Ayer y hoy mandaron algunos padres de los niños a ver si era verdad que en este Colegio habian muchos enfermos de tifus. Como en este estbablecimiento no hay ni un enfermo de tifus, y veo que esta es noticia falsa desparramada en el Pueblo, así es que me dirijo a V. tenga a bien contestarme exponiéndome el estado sanitario de los niños del Colegio para que el público quede tranquilizado…”.
Aún así, y en medio del más recio temporal, la mano protectora del coorperador José Francisco Benítez, acudía presta para solucionar los problemas.
En medio de estas incidiosas circunstancias, un mojón histórico atempera ánimos y fisgonea con énfasis cualquier intento de sucumbir ante la borrasca.
El 11 de febrero de 1894 (dos años después del inicio de su construcción), se inaugura la nueva Iglesia “María Auxiliadora”, ubicada a un costado del predio reservado para erigirse -en el futuro inmediato- las instalaciones de lo que será, el flamante establecimiento educativo.
El Colegio San Nicolás, que se llamará con el tiempo simplemente “Colegio Don Bosco”, en épocas de su tercer Director, el Padre Patricio Diamond (sucesor del Padre Tomatis) concreta este proyecto muy anhelado por todos.
Con la esmerada colaboración del arquitecto Luis Petroni, los quinteros de la zona (loables mecenas de toda la actividad salesiana) junto a los habitantes de la ciudad, participan gozosos de esta inauguración a cargo de Monseñor Cagliero, quien a su vez -según rezan las crónicas- imparte numerosas confirmaciones.
La iglesia, cuya construcción total quedó trunca (carece de una nave y torres contempladas originariamente en sus planos arquitectónicos), tendrá un hermoso frontispicio, donde aparece María Auxiliadora con el niño Jesús, rodeada de dos ángeles y en su parte inferior una frase en latín que reza: “Monstra te esse matrem” (“Muéstrate que eres Madre”).
Se cumplían, en ese año, el 40 aniversario de la aparición de la Virgen de Lourdes y seis años de la muerte del fundador de la congregación salesiana.
Mientras tanto, ya se encontraba en nuestra ciudad, un cuadro de María Auxiliadora, bendecido y enviado por Don Bosco, que había sido pintado por uno de sus ex alumnos oratorianos -Giuseppe Rollini-, óleo que se constituirá en referencia de devoción y milagrosas intercecciones de nuestra Reina Celestial.





Traslado, nuevo siglo y esplendor


Válido resulta destacar que, luego de esta primer expedición misionera a América, Juan Bosco enviará otras diez expediciones más: “…en noviembre de 1876 con Don Bodrato y Don Lasagna; en noviembre de 1877 con Don Costamagna, Don Vespignani, Don Milanesio y las primeras Hijas de María Auxiliadora; y las expediciones de los años 1878, 1881, 1883, 1885, 1886 y 1887.En 1888 había casi 150 salesianos y 50 Hijas de María Auxiliadora en América del Sur. Y se radicaron en Argentina, Uruguay, Brasil, Chile y Ecuador…”
En San Nicolás de los Arroyos, finalmente, el colegio sorteará los inconvenientes generados por el pedido de desalojo de la Comuna -donde se encontraba enquistada la mayoría de los miembros de la logia masónica “Unión y Amistad”-, trasladándose en forma definitiva (el 26 de noviembre de 1900) hasta su asentamiento actual. Terreno y construcción cedida y llevada a cabo por el tezón y la admirable entrega de los quinteros italianos afincados en la zona, verdaderos cooperadores de esta empresa salesiana.
Entre ellos podemos nombrar a las familias Cámpora, Montaldo, Ponte, Vigo y Lanza. El Padre salesiano Cayetano Bruno, en su cuaderno histórico “Las hijas de María Auxiliadora en San Nicolás /Centenario de la Fundación/ 1891-1991”, destaca que: “Los quinteros llegados de Italia y afincados en los aledaños de San Nicolás presentaban un frente compacto de espiritualidad católica. Lo formaban más o menos doce familias emparentadas entre sí, provenientes casi todas de Santo Stéfano di Lávrego (Génova), llegadas a América desde 1857 en adelante... Formaron, sobre todo, un estilo de vida prolífera en vocaciones así para los salesianos y las hermanas, como para el clero secular y otras familias religiosas...”
Con la presencia de ilustres sacerdotes de la congregación (entre ellos, los Padres Pablo Albera, Juan Cagliero, José Fagnano y José Vespignani) el nuevo edificio educativo abre sus puertas a la sociedad, el 8 de diciembre de 1901, en los inicios mismos del siglo XX.
De allí en adelante, se comenzará a cosechar lo sembrado hasta entonces, y es así que aparecen en escena directores de la talla del Padre Luis Pedemonte, Bartolomé Molinari, Luis Botta, Juan B. Guerra, Roberto J. Tavella, Esteban Punto, Luis Ramasso, Santiago De Paoli, Antonio Scasso, José Gómez y Francisco Trossero, los que encaminarán al Colegio Don Bosco a su tiempo de esplendor, en la primera mitad del siglo.
Para tener solo una idea de este singular crecimiento, basta mencionar que, a mediados de 1950, el establecimiento educativo cuenta con 1300 alumnos externos, en sus distintos turnos.
Junto a los amplios salones y gabinetes de enseñanza, un teatro de usos múltiples y un museo de ciencias naturales, darán verdadero lustre a toda la actividad educativa generada en la época.
Dentro de ese contexto, llegará el momento en que la Iglesia “María Auxiliadora”, se convierta en Parroquia (22 de febrero de 1959) y trascienda sus límites pastorales, cobijando en su acción evangelizadora, a numerosos centros misionales.
Directores como el Padre Pablo Zcéliga, José Lórber, Germán Plasenzotti y Dante Hugo Travaglino, sabrán amoldar el colegio a los cambios sociales y económicos evidenciados en la ciudad, éjido urbano que pasaba a constituirse en un importante enclave industrial del denominado “cordón La Plata-San Lorenzo” con el asentamiento de la Sociedad Mixta Siderurgia Argentina (SO.MI.S.A.).
En estos últimos 50 años, e iniciado ya su camino en el siglo XXI, el antiguo Colegio San Nicolás, otrora albergue de los primeros misioneros enviados por el “Santo amico dei giovanni e del popolo” (26), es hoy un solar educativo que trata de ponerse al día con las expectivas lógicas que promueven la vida en este nuevo milenio.
En los anales de su historia quedan los nombres de otros sacerdotes que tendrán a su cargo guiar la obra de Don Bosco en San Nicolás de los Arroyos (Padres Isidro Máspoli, Teresio Giordano, Mario Persig, Juan A. Brambilla, Eduardo Jorge y Mario Del Degan) los que junto a destacados salesianos que se ganarán un lugar en el corazón de su pueblo (Padres Felipe Gareis, Roberto D’Amico y Fermín Albrech), sabrán campear las adversidades para sostener la permanencia de esta primera casa salesiana en América, como así también dotarla del verdadero sentido para la cual fue creada.



(Extraído del libro "Giuseppe Rollini: la salvadora gratitud del amparo" del escritor Piero De Vicari, Yaguarón Ediciones, 2009)

Recuerdo de la Consagración de la Iglesia de María Auxiliadora




Esta bella estampa, que tiene fecha 23 de diciembre de 2000, contiene datos sobre la construcción de la Iglesia (hoy Parroquia) María Auxiliadora de San Nicolás. Fue realizada como un recordatorio de la consagración de la Parrpoquia "María Auxiliadora" de San Nicolás. Los datos insertos en la misma pueden sintetizarse en las siguientes fechas:


1892: comienzo de la obras de construcción de la Iglesia "María Auxiliadora" de San Nicolás, bajo la dirección del arquitecto Luis Petroni.




1894: inauguración y bendición del templo a cargo de Monseñor Juan Clagliero.



1886-1900: envío del óleo de María Auxiliadora (pintado por el ex alumno oratoriano, Giuseppe Rollini) que fuera bendecido por Don Bosco y que estuvo bajo la custodia de las Hermanas del Instituto de las Hijas de Maria Auxiliadora, hasta su traslado a su actual edificio, en 1900.




1989: se enriquece la ornamentación religiosa de la Iglesia "María Auxiliadora" de San Nicolás, con la llegada de los cuadros del Viacrucis. Los mismos fueron traídos desde el Oratorio de San Francisco de Sales en Turín, siendo restaurados entre los años 2005 y 2006, estando como Cura Párroco, el P. Jesús Sánchez.




1919: Monseñor Costmagna consagra el nuevo altar de la Iglesia "María Auxiliadora" de San Nicolás, construido en mármol y dedicado a la Virgen de Don Bosco.





1959: El Obispo de San Nicolás, el 22 de febrero, Monseñor Silvino Martínez, convierte en Parroquia, a la Iglesia María Auxiliadora de San Nicolás.





1960: el pintor Benito González comienza la decoración interior de la Parroquia "María Auxiliadora", obras que aún hoy pueden apreciarse.



Luego se prosigue con estas palabras:


"Esta Iglesia de María Auxiliadora gozó las glorias de la santidad salesiana celebrando las beatificaciones y canonizaciones de Don Bosco, la Madre Mazzarello, Domingo Savio, Laurita Vicuña, Miguel Rúa, Felipe Rinaldi y últimamente los primeros mártires Luis Versiglia y Calixto Caravario.
Durante el año jubilar del año 2000 se procede a la remodelación de todo el presbiterio, trasladándose el altar y construyendo el ambón para la Palabra, la fuente baustismal y el nuevo piso.




En un acto solemne de acción de gracias con motivo de los 125 años de la llegada de los salesianos a San Nicolás, Monseñor Juan Bautista Maulión, Obispo Diocesano, consagra la Iglesia y el altar
."

Visita del Rector Mayor Don Renato Ziggiotti



En junio de 1956, visitó esta Primera Casa Salesiana de América, el entonces Rector Mayor de la Congregación Salesiana, Rmo. P. Don Renato Ziggiotti. Entregó, como recuerdo de su paso por San Nicolás, una hermosa estampa con palabras que definían la Obra de Don Bosco.
A continuación reproducimos las mismas:

AMADOS EXALUMNOS, COOPERADORES, AMIGOS:
La obra de Don Bosco tiene como finalidad el amor a la juventud, en los Colegios y en vuestras familias.
Todo nuestro empeño debe dirigirse para instruirla, defenderla y protejerla trabajando siempre en un clima que tiene estas características:

1) ESPÍRITU DE RELIGIOSIDAD, cultivando la devoción a José Sacramentado y a María Santísima Auxiliadora, en la fidelidad ejemplar a las prácticas del buen cristiano.

2) ESPÍRITU DE LABORIOSIDAD, acometiendo todas las actividades propias de la Obra de Don Bosco, con sano optimismo, movidos por la gran arma que hoy necesita el mundo: la caridad y el sacrificio.

3) ESPÍRITU DE RESPETO, a Dios, a toda autoridad constituida, a la ley, a la persona humana. Respeto a sí mismo y a los demás.

Que la devoción a Don Bosco os lleve a esto, haciéndonos verdaderamente libres para hacer el bien, buscando en toda la gloria de Dios y el bien de las almas, guiados por las directivas de la Madre Iglesia.

San Nicolás, 14 de junio de 1956.

Sac. Renato Ziggiotti
Rector Mayor

sábado, 28 de noviembre de 2009

1959: designación de Parroquia a la Iglesia "María Auxiliadora"




A partir de 1959, Monseñor Silvino Martínez designa como Parroquia, para el sur de la ciudad de San Nicolás de los Arroyos, a la antigua Capilla del Colegio "Don Bosco". Su primer Párroco fue el P. Emilio Scrosatti. En la foto, se observa al Obispo de la Diócesis de San Nicolás, Monseñor Martínez, acompañando una de las procesiones realizadas por la comunidad salesiana en San Nicolás.
Según palabras del historiador salesiana P. Celso Valla, "Es mérito del padre Patricio Diamond ver concretada la nueva iglesia de María Auxiliadora con el arquitecto Luis Petroni. A él se le deben las bellas líneas arquitectónicas con el artístico bajo relieve que reproduce a la Virgen Auxiliadora con la leyenda 'Muèstrate de que eres Madre'. La Iglesia se inauguró el 11 de febrero de 1894. Todo el Colegio San Carlos se desplazó a San Nicolás. El viaje gratis de ida y vuelta fue otorgado por el gobierno de Luis Sáenz Peña. Monseñor Clagliero la inauguró impartiendo numerosas confirmaciones. Se recordaba entonces los 40 años de la Virgen de Lourdes..."

Sacerdotes salesianos en el recuerdo



Cuando se cumplieron los 120 años de presencia salesiana en San Nicolás de los Arroyos (1995), la Comunidad se encontraba animada por estos sacerdotes que dejaron una huella indeleble en el espíritu de todos los feligreses:

R.P Raymundo Rausch (animador espiritual de la Comunidad y del Colegio María Auxiliadora. Animación Pastoral de varios Centros Misionales de la Parroquia)

R.P. Roberto D'Amico (Párraoco. Responsable de la animación Pastoral de numerosos Centros Misionales. Capellán de la Comunidad de las Hermanas y de los niños del Hogar San Luis Gonzaga)

R.P. Fermín Albrecht (Vicario de la Obra de Don Bosco. Animador espiritual y Pastoral de la Capilla, del Hogar y Colegio San José)

R.P. Luis Stralla (Capellán y Animador Pastoral de la Capilla Santa Rosa y sus numerosos barrios. Capellán del Hogar San Luis. Ayudante en las tareas Pastorales del Santuario Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás)

R.P. Eduardo Jorge (Director dela Obra. Animador Pastoral de dos Centros Misionales)

Rectores Mayores de la congregación y sus palabras a esta Primera Casa Salesiana de América


“¿Por qué elegiría el Señor esa Casa de San Nicolás
para colocar ahí la primera semilla de la Congregación
en América?. Es ciertamente un misterio que sólo en el
Cielo conoceremos. Un hecho es claro. La vida de la
Congregación ha demostrado, en su primer siglo
de existencia, que si la semilla depositada era
de extraordinaria vitalidad, no era de menor grado
la bondad del primer terreno que la recibió.
Únicamente así puede explicarse que el Árbol
de la Congregación haya extendido sus ramas,
en brevísimo tiempo, a todas las naciones
de América
…”

Padre Luis Ricceri
(Rector Mayor, 1965)




“…la ciudad de San Nicolás, bendecida
por don Bosco moribundo, es hoy un polo
religioso mariano hacia el cual confluyen
peregrinos que vienen de todas partes de
la Argentina y de países vecinos. La Virgen,
a través de sus apariciones y mensajes
parece manifestar su predilección por
esta ciudad, conocida y amada en todo
el mundo salesiano por ser la cuna de
nuestra Obra en América.
¡Cómo gozará nuestro Fundador
!..."

Padre Juan E. Vecchi
(Rector Mayor, 1998)

Directores del Colegio Don Bosco de San Nicolás



Monseñor José Fagnano, primer director del Colegio San Nicolás o de los Ángeles Custodios. Arribó a San Nicolás de los Arroyos junto a la primera misión salesiana, a fines de 1875. Esta ciudad fue el trampolín de su decidida y titánica labor evangelización en la patagonia.



Padre Luis Castiglia, le tocó dirigir los destinos del Colegio Don Bosco de San Nicolás, en los albores del siglo XX.



Padre Antonio Scasso, fue el creador del Museo de Ciencias Naturales que funcionó por mucho tiempo en el Colegio Don Bosco de San Nicolás. El mismo tenía una colección de elementos realmente admirables desde todo punto de vista.




Monseñor Roberto J. Tavella, Obispo de Salta. Fue uno de los directores del Colegio Don Bosco de San Nicolás. Sacerdote salesiano muy querido no sólo por el alumnado y la comunidad pastoral, sino por la ciudad toda.



Padre Juan Brambilla, director del Colegio Don Bosco de San Nicolás, en los díficles momentos de la segunda mitad de la década de 1970.





El Padre Eduardo F. Jorge, Director del Colegio Don Bosco de San Nicolás en el cumpleaños número 120 de presencia salesiana en estas tierras. Al festejar tan significativo aniversario expresó: "Doce décadas de perseverante y eficaz presencia significan mucho más que un cumpleaños, se constituye en un enorme desafío. Es verdad que se ha vivido; pero en la esperanza es más, lo que resta vivir. Para nosotros la esperanza es una de las tres virtudes más importantes, junto a la fe y al amor. Desde estos 120 años, impulsado por la Fe y pleno en el Amor, el Don Bosco quiere brindar a la Comunidad Nicoleña, la seguridad de su siembra esperanzada..."




Padre Juan Fasolato, actual Director del Colegio Don Bosco y Cura Párroco de la Parroquia "María Auxiliadora" de San Nicolás.


TODOS LOS DIRECTORES:

Desde su inauguración en 1876 hasta la actualidad, estos son los sacerdotes que han sido Directores del Colegio Don Bosco de San Nicolás:

P. José Fagnano
P. Domingo Tomatis
P. Luis Galbucera
P. Patricio Diamond
P. Luis Castiglia
P. Luis Pedemonte
P. Bartolomé Molinari
P. Juan Botta
P. Juan B. Gherra
P. Roberto J. Tavella
P. Luis Ramasso
P. Santiago De Paoli
P. Antonio Scasso
P. José Gómez
P. Francisco Trossero
P. Pablo Széliga
P. José Lorber
P. Germán Plazenzotti
P. Dante Travaglino
P. Juan Brambilla
P. Isidro Máspoli
P. Teresio Giodano
P. Mario Persig
P. Eduardo Jorge
P. Néstor Boretto
P. Mario Del Degan
P. Alejandro Gómez
P. Juan Fasolato

Carlos Seoane visitó nuestra Parroquia "María Auxiliadora"...



En el 2008, estuvo en San Nicolás, más precisamente en el ámbito del Colegio Don Bosco y la Parroquia, el cantautor católico Carlos Seoane. Realizó un recital para alumnos del nivel secundario del Colegio y un taller - encuentro con el Ministerio de Música de la Parroquia "María Auxiliadora", a la cual se sumaron otros ministerios de otras parroquias y capillas de la ciudad.
En una reunión que se destacó por la amabilidad, simpatía y sapiencia de su coordinador, Carlos Seoane desgranó inquietudes, anécdotas y vivencias que hacen el rol de la música en la liturgia, matizando la misma con la interpretación de diversas canciones.
Aquí les dejamos el PADRE NUESTRO DE LA ALEGRÍA, con la letra y música para que puedan también entonarla en cualquier parte del mundo.

PADRE NUESTRO DE LA ALEGRÍA

(Letra y música: Carlos Seoane )

Sol Do Re Sol

Padre nuestro, que estás en la alegría,

Do Re Sol Mi m La 7 Do Re

que sea cada día, santificado tu gozo.

Sol Do Re Sol

Que venga Señor, tu risa a nuestras caras,

Do Re Sol Mi m La 7 Do Re

y en cielo y tierra se haga tu buen humor.

Mi m La7

Y danos hoy nuestra sonrisa cotidiana,

Do Sol Re

perdónanos porque nos cuesta contagiarla,

Mi m La 7

como nosotros perdonamos caras largas,

Do Sol Re

y no nos dejes creer que esta vida es amarga

Do Re Sol

y líbranos del mal....humor !


El santuario que no fue...




Una carta, escrita de puño y letra, y que fuera enviada por el Padre José Vespignani “A mis queridos Hermanos del Colegio ‘Don Bosco San Nicolás’…” expresa en algunos de sus párrafos: “¡Cuántas hermosas bendiciones teneis en ese Colegio el 1º de toda la América!...Nosotros esperamos grandes cosas de San Nicolás… Esperamos, como ya se ha escrito y repetido tantas veces, que se haga el Santuario de María Auxiliadora, con todo lo que requiera un Santuario:…funciones solemnes, liturgia esmerada, mística angelical, promesas con novenarios y súplicas especiales, acompañados por los niños que verán bien, que reciben bien los sagrados sacramentos, oyen la palabra de Dios, predicada con celo y unción, y así se consiguen gracias continuas y milagros para la salud del alma y el cuerpo…así podremos decir que realmente San Nicolás es la Casa solariega de los Salesianos en América…"


La carta del Padre José Vespignani se encuentra escrita en el reverso de un programa (impreso en italiano) para la celebración de diversas misas (en las que, precisamente, él participó), llevadas a cabo en conmemoración del día de San José, llevando la siguiente inscripción tipográfica: “TORINO XIX MARZO MCMXXIII” (Torino, 19 de marzo de 1923).

Carta de Don Bosco a los jóvenes de San Nicolás




Mis queridos hijos de San Nicolás:
Con el máximo consuelo de mi corazón he recibido vuestros saludos y vuestros votos; y bendigo a Dios que haya mandado al Señor Don Fagnano con los otros salesianos, a abrir ese colegio, donde espero que, con la ciencia, aprenderéis el santo Temor de Dios.

Me dicen vuestros superiores que sois muy buenos y esto me consuela grandemente. Continuad por el camino de la virtud y tendréis siempre la paz en el corazón, la benevolencia de los hombres y la bendición del Señor.

Ahora os quiero dar una buena noticia. Habiendo ido a Roma, he hablado mucho de vosotros con el Papa, que escuchó de buen grado las noticias sobre vuestra conducta. Al fin me dijo: -Yo envío de corazón la bendición apostólica a vuestros alumnos de San Nicolás, tanto internos como externos, les concedo una indulgencia plenaria en punto de muerte y otra indulgencia plenaria que la puedan ganar en el día que les plazca. Y este favor entiendo extenderlo a todos sus familiares hasta el tercer grado inclusive.

Por tanto haceos explicar por vuestros superiores los términos de este favor y luego lo comunicaréis a vuestros parientes,

Dios os bendiga a todos, mis queridos Hijos; estad siempre alegres, pero huid de la ofensa del Señor; frecuentad la santa comunión, enviadme siempre alguna carta y rezad por mi que seré siempre afectísimo amigo en J. C.

Sac. Juan Bosco
Turín, 1 de julio de 1876

Colegio Don Bosco de San Nicolás: aquí se venera el pasado y se saluda su futuro...




Son mil familias que se educan aquí. Ante un mundo que parecería que solamente el presente vale, y en parte es cierto. Sólo en parte, porque aquí se venera el pasado y se saluda su futuro... Todo lo escrito lo describe el Colegio Don Bosco con su presencia prolongada y perseverante, diciendo: "El Don Bosco fue pionero en el siglo XIX, protagonista en el sigo XX, creativo para el siglo XXI"

José Francisco Benítez, el "Barba"



Llegando a la tierra de los arroyos


El río es marrón y caudaloso, las barrancas parecen coronar el verde de una vegetación que lo abarca todo. El cielo, limpio de nubes, conjuga su celeste matinal con la audacia de los pájaros en vuelo.
El Padre Fagnano está extasiado, se deja llevar por ese paraíso de colores mientras que, con su mano, se seca la frente. El calor aprieta, es diciembre en esta parte del mundo y aunque quiera adaptarse al nuevo lugar, su cuerpo está acostumbrado a las bajas temperaturas de estas épocas, en Torino.
El vapor “Luján”, con la fatiga de todo barco pequeño, remonta cansino el Paraná, hurgando las entrañas de un continente virgen para los ojos de los primeros “saleses”.
Pequeñas embarcaciones y otras de mayor calado, se cruzan permanentemente durante la travesía.
El Padre Fagnano quiere abarcarlo todo y comprende que no puede: el nuevo paisaje es tan vasto, como ese océano que vio por un mes rodeando toda humanidad contenida en el Savoie.
Detrás de él, el Padre Tomatis registra, en sus manuscritos, algunos pensamientos. Lo ha venido haciendo desde su salida en el puerto de Génova y sin quererlo, se constituirá en la memoria viva de aquellos días.
Puntual, describe cada jornada como si en vez de letras estuviera bosquejando los delicados trazos para un futuro lienzo: nada escapa a la visión escrutadora de su mirada.
No se pregunta si todo ese conjunto de vivencias amontonadas en papeles y más papeles, servirá para algo. Cuando estas dudas lo asaltan, recuerda que Don Bosco pidió a sus salesianos, comenzar a escribir la historia de la congregación (es más, él mismo dijo que estaba escribiendo algo) y concluye que estas crónicas serán distintas a todas las demás, porque es la primera, la iniciadora.
Los otros misioneros, agrupados en la borda, no entienden cómo el cansancio que los persiguió por días, ha dejado lugar a esa extraña sensación que se asemeja a una mezcla de curiosidad e incertidumbre: saben que el poblado de San Nicolás de los Arroyos está próximo… ¿Será por eso?
Allí, los espera un colegio y el sentar las bases de un mojón que tendrá, como finalidad exclusiva, marchar hacia la Patagonia.
Pueden percibir (porque se los hace sentir) el cariño paternal que les brinda don José Francisco Benítez, ese hombre bonachón, sin segundas intenciones, cabal, que los acompaña ahora, en este último tramo del viaje.
El “Barba” como lo llamará el Padre Cagliero, será un punto de referencia importante para cuando las adversidades azoten la algarabía del comienzo.
En una carta dirigida el 29 de enero de 1876 a Don Bosco, el Padre Cagliero le daba sus impresiones sobre Don José Francisco Benítez, en su primer visita a San Nicolás: “Benítez viene muy a menudo al colegio. Paga con su dinero las obras y provee los muebles para nosotros, para la capilla y para las aulas. Ahora está buscando un terreno que aquí llaman cabaña, para poner 800 ovejas que fructificarán una buena renta” (ACS, Roma, 126/2. San Giovanni Bosco). Dos meses más tarde, el 17 de marzo de 1876, también escribirá otra misiva al Santo, en donde el Padre Cagliero le hará esta especie de súplica: “Haga rezar para que Dios nos conserve al señor don Francisco Benítez. Si hemos podido abrir el colegio y vivir lo debemos a él,: no nos deja faltar nada. Es presidente de la comisión, con la que habla poco, al paso que con nosotros se abre y nos dice que quiere entregarnos el terreno, y ya piensa en darnos casa para las hijas de María Auxiliadora. El quiere que vivamos en casa nuestra y sobre lo nuestro… Necesitamos, pues, que Dios nos conserve a Benítez hasta los 90 años. Haga rezar.” (ACS, Bs.As., Personas, Caja Sac. Raúl A. Entraigas, 23.4). Benítez tenía 79 años cuando los salesianos arribaron a San Nicolás y falleció en 1882, a la edad de 86 años. No llegó a los 90, como peticionaba el Padre Cagliero, pero en esos 7 años que le restaban para encontrarse con la paz del Señor, su entrega a la obra de Don Bosco fue total y decisiva.

Estampas-Santoral



Corresponde al año 1928, estas bellas Estampas-Santoral, distribuidas a los feligreses por el entonces Director del Colegio Don Bosco de San Nicolás, P. Roberto Tavella.
En ellas, como una especie de librito, se ofrecía un depurado y específico santoral, de acuerdo a los días de cada mes (enero-diciembre de 1928).
En la parte posterior se recogen estas palabras:
"El Director del Colegio Don Bosco felicitaen el nuevo año a los Cooperadores y amigos de esta Casa, les agradece la ayuda prestada a la obra de las vocaciones eclesiásticas y misioneras, e implora sobre ellos la bendición de María Auxiliadora.
San Nicolás F.C.C.A.
1º de Enero de 1928
"

Todo un exquisito detalle que hoy llega a nuestra manos con la prestancia de aquella hermosa época.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Fotografía de los primeros misioneros salesianos...



Cuando una fotografía nos habla


La toma fotográfica puede considerarse -sin eufemismos- una postal que nos preserva ante la muerte o bien, una especie de testimonio de lo que ya no está, pero que lucha en sus deseos de permanecer eterno.
La fotografía, ese “Arte y ciencia de obtener imágenes visibles de un objeto y fijarlos sobre una capa material sensible a la luz” (1), amplía nuestra capacidad de percepción y refleja un instante de vida, pequeño, aunque decididamente cierto.
Retratarse para una foto será, entonces, adueñarse del segundo único e impar que nos petrifica, tal cual somos, tal cual dejaremos de ser.
1875. Hace ya cuatro años que ha nacido el denominado “gelatino-bromuro”, sustancia química que innovará todo el proceso fotográfico conocido hasta entonces. La nueva técnica supone “el empleo de una placa de cristal sobre la que se extiende una solución de bromuro, agua y gelatina sensibilizada con nitrato de plata, que ya no necesita mantener húmeda la placa en todo momento” (2) evitando así, los graves problemas que solía ocasionar el empleo del llamado “colodión húmedo”, procedimiento utilizado hasta esa época para conseguir las imágenes.
Mucho se ha avanzado en la fotografía desde que Sir John Herschel, en 1839, utilizara esa denominación, y se publicara todo el proceso fotográfico (3). Mucho se avanzará posteriormente, revolucionando en una perspectiva gigantesca, la capacidad del hombre hasta llegar a lo que es hoy la era digital.
Y es verdad, la fotografía nos habla, revela pormenores, destaca detalles, regenera situaciones, contribuye a encadenar a la imaginación el reflejo que nos devuelve un abrir y cerrar de párpados.
En ese discernimiento, puedo recrear el momento en que Don Bosco se retrató con los diez misioneros de la primera expedición y el cónsul argentino Juan Bautista Gazzolo, tiempo antes de la partida, el 14 de noviembre de 1875.
Sí, los estoy viendo ingresar al estudio fotográfico de Michele Schemboche, el reconocido fotógrafo que realiza sus trabajos en la calle Place Chateau 25 de Torino (4), pero que también posee casas dedicadas al rubro, en Florencia y Roma.
Están allí, algunos hablando de lo que les deparará la providencia en aquel lejano continente; otros (presos de un momentáneo estado de figuración) sostienen la conveniencia de tal o cual posee. El cónsul argentino, se arregla los últimos detalles de su chaqueta, sacando el lustre (con su índice y pulgar derechos) a las condecoraciones registradas en medallas que cuelgan pulcramente de su pecho.
Don Bosco, dialoga animadamente con el Padre Cagliero, quien -mano izquierda en el mentón- lo escucha atentamente. El Padre Fagnano (más retirado que el resto) observa la máquina que los reproducirá para las generaciones futuras y no deja de sentir, en su estómago, un leve escozor.
Se ha determinado que los únicos que ocupen sillas serán el cónsul Gazzolo, el Padre Cagliero -jefe de la expedición-, el Padre Fagnano -quien se hará cargo de la dirección del Colegio San Nicolás-, y el mismo Don Bosco; los demás posarán parados, detrás de éstos, y los sacerdotes ostentarán no sólo el atuendo con que serán conocidos en el nuevo mundo (5), sino también el crucifijo misionero.
El fotógrafo los invita, cordialmente, a que vayan acomodándose en sus lugares, al tiempo que les informa que es probable, se efectúe otra toma de prueba.
Mientras van ocupando sus puestos, Don Bosco le recuerda al Padre Cagliero lo ya convenido: él estará entregándole el libro de las constituciones salesianas, y el jefe de la expedición, extenderá su mano derecha para recibirla. A la izquierda del Santo de los jóvenes, se va ubicando Gazzolo (era de esperar que uno de los dos principales actores de esta empresa estuviera junto a Juan Bosco, compartiendo, de alguna manera, un sitial preferencial), y a su lado, el Padre Fagnano, quien será retratado con semblante serio en una de las placas y con un semblante alegre en la otra. Esta última toma se conocerá como “pose B”.
De izquierda a derecha, observando la fotografía (6), se ubican el Coadjutor (7), Bartolomé Scavini, el Coadjutor Vicente Gioia, el Padre Valentín Cassini, el Padre Juan Baccino, el Coadjutor Esteban Belmonte, el Padre Domingo Tomatis, el Clérigo (8) Juan Bautista Allavena, y el Coadjutor Bartolomé Molinari.
- Ahora, traten de permanecer quietos – se escucha decir al profesional, y algunos hasta prefieren contener la respiración.
A través de sus ojos, el fotógrafo, ausculta –desde el fondo de la cámara oscura- la figura de cada uno y se esmera para que, esa exposición, llegue hoy a mis ojos con la misma definición que él la obtuvo, hace casi 140 años atrás.


Bartolomé Scavini


Vestido con un traje de levita (9) y moño, se ha colocado mostrando su costado derecho. Opta por levantar su mano hasta la altura de su pecho y tomar, con sus dedos, la solapa del sobretodo.
Los gestos de su cara, no denotan dureza, mas bien representan las facciones contemplativas de un hombre joven y vital. Don Bosco lo presenta como “maestro de carpintería”.
Nacido en Benevagienna, Cúneo, en 1839, sabrá hacer de la madera un noble instrumento para utilidad del hombre.
Por eso, supone, le gustaba tanto -siendo un púber- escalar los árboles y quedarse sentado en la copa más alta, viendo cómo la vida se transformaba radicalmente cuando las cosas son observadas desde las alturas.
Goza de prestigo con su profesión y ello le podría abrir las puertas laborales en cualquier lado, sin embargo, desea ser digno de estas circunstancias y enseñar su arte, a los que necesiten de él, más allá de los mares.
Conoce perfectamente los objetivos que ostenta esta primera expedición salesiana y sabe que estar allí, entre esos diez elegidos, más que una carga difícil de sobrellevar, es un privilegio sólo concedido a pocos.
Rememora en estos momentos, las sabias palabras de Don Bosco, cuando arengando a sus jóvenes misioneros, dirá “El que abandone patria, padres y amigos, y sigue al Divino Maestro, ha asegurado en el Cielo un tesoro que nadie le podrá quitar…”.
Mientras posa, repasa mentalmente un catálogo de ajuar para los viajeros, redactado por el propio Don Bosco y que el mismo fundador de la Congregación Salesiana, ha hecho conocer por medio de circulares, a los fines de recibir la ayuda monetaria de los cooperadores.
La enumeración se interrumpe cuando escucha la voz del fotógrafo pedirles que -de ahora en más- no se muevan.
Cumplido con lo solicitado, otra vez -ya inmóvil en su inmovilidad- retoma la larga lista de necesidades. En esa tarea está cuando se percata que la misma carece de herramientas para carpintería, y eso será lo primero que pedirá se le agregue, ni bien finalice la toma fotográfica.
Sí, este coadjutor salesiano que morirá en Torino en 1918, le hará saber a Don Bosco que, para ejercer bien su profesión y entregarse con las mayores exigencias a los demás, deberán incluir -para llevar a la Argentina- elementos tales como una garlopa, una sierra, lápices, gubia, martillo, espigadora… “¿Cómo podré sino trabajar el nogal, el álamo, el pino o el caoba?...”



Vicente Gioia

También está ataviado con un traje de levita y moño. Al igual que su compañero Scavini, posa mostrando ligeramente su costado derecho. Los brazos están extendidos a ambos lados del cuerpo, de allí que no aparezcan en la toma. Un incipiente bigote enmarca la angulosidad de su joven rostro. Como el anterior misionero, no dirige sus ojos hacia donde está el aparato que los volverá inmunes al tiempo, sino hacia un costado. Don Bosco lo presenta como “recadero y maestro del oficio de zapatero”.
No puede ocultar su emoción al verse allí, parado, posando para la foto. Emoción que también es orgullo, sano orgullo. Él, cocinero y maestro zapatero, tendrá a su cargo el velar por los pies y el estómago de sus compañeros de misión. Dos elementos claves para llevar a buen puerto, la evangelización en el nuevo continente. Piensa que cuidar los pies, es como cuidar los pasos que abrirán caminos y encontrarán a Dios, al final del sendero. Pero sabe que alimentarse bien, es lubricar el motor que ayudará a los pies abrir esos caminos y llegar al final de ese sendero.
Cuando nació, allá en Alejandría, en 1854, el mundo era solo un pañuelo y la vida se limitaba a los entornos que dejaba vislumbrar ese “pañuelo”. Entrar en el Oratorio, ser parte de su personal, encaminar su futuro al noviciado, ampliaron las puntas de ese pañuelo y hoy, frente a una máquina fotográfica, intuye que sus ojos, verán las maravillas que el Señor ha creado y pone en sus manos, para la redención de las almas.
Se encomienda a María Auxiliadora, pues sospecha que esta empresa de fe, no será nada fácil.
Está ansioso por ver cómo ha salido en la toma fotográfica. A pesar de ser una práctica común en aquellos días, no todos tienen la posibilidad económica de retratarse. Aunque entiende que más ansiedad le despierta su próximo encuentro con su Santidad, el Papa Pio IX. Hacia el mísmísimo Vaticano, partirán los misioneros, a principios de noviembre de 1875. Y entre esa comitiva, estará él, Vicente Gioia, el mismo hombre que cuando niño veía al mundo como un pañuelo.
Recordará, en el devenir de sus días, las amables palabras del Sumo Pontífice cuando se dirigió a cada uno de los coadjutores, pulcramente vestidos, y les preguntó por su oficio. Recordará el momento en que besó su anillo, y escuchó del alto dignatario de la Iglesia, la bendición apostólica.
Sí, lo recodará muchas veces como una de las páginas más emotivas del libro de su vida.
Existencia que lo encontrará siendo ya sacerdote, guardando en los pliegues de su sotana, ese limpio pañuelo de su entrega religiosa, para ir al encuentro de Dios, en la ciudad chilena de Talca, en 1890.


Valentín Cassini

Luciendo su atuendo de sacerdote, posa de frente. Como los anteriores, tiene el pelo corto, y una expresión segura en el semblante.
Su frente es ancha y sus ojos parecen buscar nuevos horizontes. Solamente se aprecian de él la cabeza y parte de su pecho. Don Bosco lo presenta como “profesor”.
Ahora que está allí, posando, por su corazón desfilan un sin fin de sensaciones y su cabeza (con la misma rigidez que detenta en la foto) trata de contener las emociones.
Hace trece años que reside en el Oratorio, y se le hace difícil abandonar ese refugio de amor, junto a Don Bosco.
Sabe que sus alumnos lo extrañarán, que echarán de menos a este amable asistente de los artesanos. Su madre también se resiste a la partida, pero al fin comprende que es la voluntad de Dios y no la suya, lo que hace que su hijo cruce el océano.
Piensa que en Varengo (Monferrato), lugar donde nació hace 24 años, la gente se sentirá orgullosa que un hijo de ese pueblo, emprenda viaje a otras tierras y se entregue a los más necesitados, en cuerpo y alma.
Piensa en los esfuerzos desplegados por Don Bosco para que recibiera el presbiterado antes de la partida, y en la buena voluntad del Obispo de Vigévano, Monseñor De Gaudenzi, para que pueda ser ordenado, junto otros salesianos.
Recuerda unas palabras del maestro y siente, como un eco, que las mismas empiezan a revolotear en su mente. Son aquellas prometidas por el Padre de la congregación y que serán entregadas una vez que abandonen el altar de María Auxiliadora, como recuerdos especiales para sus hijos misioneros. Y no puede arriesgar un porqué, pero estima que las mismas, serán el sostén de su apostolado en suelo americano.
No quiere morir, sin estar nuevamente junto al padre de los jóvenes, y es por ello que cree firmemente en sus palabras, cuando le prometió que sí, que la vida los volvería a juntar una vez más.
Lo que desconoce el Padre Cassini, es que doce años después, en noviembre de 1887, abordaría el vapor “Matteo Bruzzo” en el puerto de Buenos Aires, junto al Obispo Cagliero y al Padre Antonio Riccardi. La misión: ver a Don Bosco, de quien tienen noticias de su grave enfermedad.
Volver a la tierra madre para nuevamente partir: eterno derrotero de esperanza que verá su fin, cuando su cuerpo descanse en paz en Buenos Aires, hacia el año 1922. Esa misma Buenos Aires, que lo verá ser el primer director de la Escuela Agrotécnica salesiana “Don Bosco”, y uno de los encargados en construir la Iglesia Pública San Antonio de Padua, entre otras obras.



Juan Bautista Baccino

Tomando el crucifijo misionero con su mano derecha, a la altura de su estómago (también lo hará así en la otra toma fotográfica conocida de esta primera expedición), es el cuarto de la fila, de izquierda a derecha del observador.
Está ubicado detrás del espacio vacío que dejan Don Bosco y Gazzolo, motivo por el cual, puede apreciárselo con mayor amplitud. De gestos aparentemente recios (digo “aparente” porque se nota, luego de observarlo bien, su bonomía), al igual que los otros sacerdotes misioneros, luce similar ropaje.
Don Bosco lo presenta como “profesor superior”.
Ahora que está posando y en silencio, aguarda la señal del fotógrafo, aprieta con su mano el crucifijo y piensa, piensa en su fervorosa adhesión para integrar las misiones. Es más, este sacerdote nacido en Giusvalla, Alejandría, en 1851, fue de los primeros en anotar sus intenciones. Piensa en América y por dentro agradece a Dios esta hermosa y única oportunidad de servirle.
Por su mente, empiezan a desfilar una enorme cantidad de rostros, gente desconocida que acude en busca de su auxilio. Hombres, mujeres, niños, ancianos, enfermos que necesitarán de su caridad inagotable, de su entrega singular, sin límites.
Quizás, el Padre Néstor J. Gastaldi, haya pensado en personas como él, cuando en su libro “Florecillas de las cuatro estaciones, para comprender y vivir mejor los tiempos litúrgicos” (Ediciones Didacalia, Rosario, 2000) expresara: “El cristiano es un ser para los demás, como alguien definió a Jesús. No se bautiza únicamente para él, para su uso y consumo; sino para ser un evangelizador y un misionero: para encarnar una Palabra y proclamarla ante el mundo…”
Pero el pensamiento del Padre Baccino, no llega a develar el futuro. Por eso desconoce que el 13 de junio de 1877, morirá en Buenos Aires, 18 meses después de su llegada a la Argentina.
¿Las causas? Su excesivo trabajo evangelizador.
En su última carta enviada a Don Bosco, en abril de 1877, sabrá contarle: “Puede decirse que todos los italianos, hasta los del campo, distantes, incluso, cincuenta y cien leguas, corren a desembocar aquí como los ríos desembocan en el mar. Dios nos proporciona grandes consuelos...Al llegar aquí, les dijimos que habíamos venido para trabajar y buscar su provecho, nos han comprendido y, a fe, que nos dan trabajo. ¡Deo gratias! Yo estoy muy contento de haber venido a América, vivo tranquilo, trabajo haciendo lo que puedo, pero soy un ignorante; aquí harían falta hombres más expertos que yo. Sólo una cosa me queda por desear en esta tierra, y es que quisiera ver todavía una vez más a mi amado padre don Bosco. ¿Podré esperarlo en este mundo? Al menos pida a Dios que, unidos después de la muerte, pueda estar junto a usted toda la eternidad…”.
El Padre Cagliero, al comunicar su muerte por carta a Don Bosco, confirmará “el mejor epitafio del difunto: ‘Su temple y su humildad le granjearon el amor de todo Buenos Aires’…” (10)



Esteban Belmonte


Es el misionero de mayor estatura. Erguido, detrás de Gazzolo, le otorga una particular fisonomía, la barba que cubre todo su mentón y el bigote al tono. Posee el traje levita abotonado y el moño prendido en su camisa. Sus brazos están a los costados del cuerpo.
En la otra toma fotográfica, ha subido su mano derecha a la altura del pecho, al igual que Scavini, y sus ojos observan al profesional de la fotografía, con firme decisión. Si bien Don Bosco lo presenta como “profesor de gimnasia y administrador de la casa”, él se ve más como músico y mayordomo. Al menos, así reconocen su trabajo en Valdocco, donde ha ingresado para hacer los votos trienales.
Mientras aguarda el visto bueno del fotógrafo, regresa espontánemente a las preguntas que franqueron gran parte de su niñez, cuando sus ojos recorrían lo agreste de Genola, Cúneo, su pueblo natal.
¿Cómo será el mar? Se preguntaba siendo un infante y vuelve a preguntarse allí, cuando su cuerpo está inmóvil, junto a sus otros compañeros de viaje.
Pensar en ese inmenso universo que es el océano, lo desvela. No puede imaginar la cantidad de litros de agua que son necesarios para albergar tamaña extensión, pero descuenta que, si el viaje demandará un mes en atravesarlo, el Atlántico será una de las mayores maravillas a conocer, por sobre las fábulas y mitos que han crecido a su vera.
Sabe que su primer destino, será acompañar al Padre Cagliero en la Iglesia Máter Misericordiae, en la ciudad argentina de Buenos Aires, pero entiende que sus pasos seguirán el rumbo que la congregación disponga, para lograr sus cometidos.
Porque él, como todos los demás misioneros, “son vasos llenos de buena semilla…y sembrarán en medio de aquellos pueblos la virtud, y harán mucho bien…”, según palabras pronunciadas por el Papa Pío IX, al recibirlos en la Santa Sede. Conceptos que, por otra parte, no olvidará mientras viva.
Esteban Belmonte tiene sus ojos puestos en el mar, y ruega a la Virgen María Auxiliadora que su manto protector sea igual de extenso. Sólo así podrá ejercer los designios divinos, guiado por la mano de su maestro protector, Don Juan Bosco, hasta que su corazón diga basta, en la misma capital argentina, cinco años después de comenzado el siglo XX.



Domingo Tomatis


Se encuentra a la izquierda de Belmonte. Con su atuendo de sacerdote y el crucifijo misionero en su pecho, es el que más iluminado posee el rostro. Cara de frente amplia y rasgos bien definidos.
Queda pequeño al lado de Belmonte, no obstante su estampa, sobresale entre el vacío que dejan el cuerpo de Gazzolo y Fagnano. Mira hacia delante, como si intentara develar el porvenir.
Don Bosco lo presenta como “doctor en bellas letras”.
Siente, al posar, que sus nuevos zapatos le aprietan. Se pregunta internamente si esto será una señal divina o solo una instancia coyuntural. Recuerda que siempre le ha pasado así, cada vez que ha tenido que estrenar un calzado nuevo. Se inclina por la segunda opción.
Deletrea en su mente datos propios que, estima, expresará una y otra vez, a los que conozca en el nuevo mundo: “Domingo Tomatis, nací en Trinidad de Mondovi (Cúneo), el 23 de septiembre 1849, ingresé a la sección de estudiantes en el Oratorio San Francisco de Sales, en Torino, el 23 de octubre de 1862. El 23 de septiembre de 1866, en el día de mi cumpleaños número 17, decidí incorporarme a la congregación salesiana, para ordenarme sacerdote el 20 de setiembre de 1873, en Savona…”.
Su enumeración mental se interrumpe en forma abrupta, justo allí, cuando el mes de setiembre resuena varias veces en su pensar. “Setiembre...setiembre….vaya, estoy tocado por este mes…”
La molestia que le producen los zapatos lo devuelven a la escena de la toma fotográfica.
Le parece un sueño estar allí, siendo uno de los protagonistas de esta empresa. Tiene previsto llevarse papel y tintas para redactar todo lo que surja en el viaje, todo lo que pueda utilizarse (con el tiempo) como una verdadera crónica de esta increíble experiencia.
Crónicas, que en un futuro, tendrán que registrar sus 12 años de estadía en la Argentina (1876-1887), en la ciudad de San Nicolás, siendo uno de los más destacados directores de su Colegio; y sus 25 años en tierra chilena, entre las ciudades de Talca y Santiago (1888-1912) constituyéndose en un indiscutido referente de la salesianidad en aquel país, fundando seminarios y casas en Macul, Chuchunco, Valparaíso, Panquehue, Chillán, Iquique, La Serena y Melipilla.
Su accionar será fiel a las recomendaciones que, en un sueño, le expresó Vicini, un alumno y compañero en el Oratorio, ya fallecido: “Sigue fielmente los consejos de don Bosco y después vendrás conmigo al Paraíso” (11).
Atrás quedaban sus proyectos de ingreso a la Compañía de Jesús para ser jesuita, como dos de sus tíos. Atrás quedaba su viaje a Mónaco para concretar su decisión. Atrás quedaban las palabras de Don Bosco, diciéndole que viviría muchos años y que sería sacerdote salesiano. ¿Él, salesiano? ...no lo tenía previsto, pero hoy está allí, posando junto a los compañeros que misionarán, por primera vez, en la Argentina.
Lo que desconoce el Padre Tomatis, es que Dios sabrá darle un punto final a sus valiosas crónicas, cuando disponga en ellas, su partida de la vida terrenal, en la capital trasandina, allá por el año 1912.




Juan Bautista Allavena


El ante último de la fila de misioneros parados, posee el rostro levemente inclinado hacia su costado izquierdo.
Joven, muy joven, tal vez el más joven de todos los que están allí, posando. Sólo deja ver su rostro de gentiles facciones y parte de su pecho, arropado con los atuendos de sacerdote.
A este hombre nacido en Pigna, Porto Mauricio, en 1855, Don Bosco lo presenta como “profesor de gimnasia”.
Ha decidido, desde que tiene uso de razón, dedicarse a los más necesitados y redoblar el esfuerzo de sus empeños para contribuir santamente a la obra salesiana. Ese objetivo y no otro, es la razón que justifica su presencia allí, en el Estudio Fotográfico de Michele Schemboche, junto a sus compañeros expedicionarios.
Piensa en los días por venir y hacia dónde, la divina providencia, llevará su mensaje de fe. ¿La Patagonia tal vez?
Tiene presente las encarecidas recomendaciones de Don Bosco para la observancia de las reglas, aquellas –como se lo recordaría mucho tiempo después en una carta- “con que te consagraste para siempre al servicio del Señor.”
Este tiempo de pose y espera, es ideal para repasarlas y mentalmente las desgrana en su cabeza, como si estuviera rezando el rosario.
Intuye que la Virgen María, siempre auxiliadora de los cristianos, sabrá socorrerlo cuando las adversidades lo hagan flaquear, y ahora hacia su alabanza dirige sus pensamientos. En tanto, escucha la respiración de sus compañeros, como si fuera una oración de silencios contenidos.
La localidad de Paysandú, en la Banda oriental del Uruguay, será la tierra que verá desplegar toda su grandeza de hombre, luego que sus zapatos comiencen a desandar el camino que, en San Nicolás de los Arroyos (primera casa salesiana en América) lo tienen como punto de partida.
Párroco y director del colegio y hospicio anexo a la Parroquia, Juan Bautista Allavena, terminará sus días en la localidad urguaya de Villa Colón, en 1887, un año antes de la muerte de Juan Bosco, con apenas 32 años de edad, y habiendo recorrido -con su palabra evangelizadora- lugares tan distantes como la República del Paraguay .
Entre sus papeles, una carta de Don Bosco que cuidaba como reliquia, develará para las generaciones futuras, el horizonte trazado por su memoria: “Como cura párroco, trata con toda caridad a tus sacerdotes para que te ayuden con celo en el sagrado ministerio y atiende, especialmente, a los niños, a los enfermos y a los ancianos. Y si, en las Misiones o de cualquier otra manera, llegas a descubrir algún jovencito que da esperanzas de vocación al sacerdocio, ten entendido que Dios pone en tus manos un tesoro … Me limito a recordarte estas cosas; pero tú estás en condiciones de explicarlas donde sea necesario. Que Dios te bendiga, mi siempre querido Allavena. Te encomiendo cada día en la santa misa y reza tú también por mí, que he envejecido mucho y estoy casi ciego; y hagamos de manera que si no volvemos a vernos en la tierra, nos veamos ciertamente en la eterna bienaventuranza”.



Bartolomé Molinari


Es el último de los que posa de pie, con los brazos cruzados sobre su pecho.
De traje levita y moño en el cuello de su camisa, tiene los ojos casi cerrados en la primera toma y los bigotes tupidos delimitan en su cara, los rasgos de alguien ligeramente hosco. Se lo puede ver de cuerpo entero, incluso sus dos zapatos, aparecen en escena.
Don Bosco lo presenta como “maestro de gimnasia y maestro de música instrumental y vocal”.
Las crónicas lo ubican como laico ascritto, novicio, en el colegio de Velsálice. En cierta oportunidad, cuando su apellido figuraba en la lista de los posibles integrantes de la primera expedición, Don Bosco supo confundirlo con Giacomo Molinari, otro coadjutor que hacía su noviciado en el Borgo San Martino.
Superado el equívoco, este hombre nacido en Génova en 1847, ahora está posando para la posteridad. Es el único –reitero- que tiene los brazos cruzados y en sus gestos (cerrados y enigmáticos) predominan las instancias de una recia seriedad.
Cuesta imaginar lo que piensa, cuesta adentrarse en esa mirada que otea indiferente la cámara fotográfica, aunque es probable que su fe le requiera de esfuerzos supremos y que esas pruebas terminen por debilitar su real vocación.
No tardará mucho en entrar en conflicto con algunos integrantes de la expedición. La primera casa salesiana de América, será el punto de eclosión de esos enfrentamientos. Entredichos que tendrá con el Padre Tomatis, y serán de tal magnitud, que llegarán hasta los oídos del mismo Don Bosco. (12)
Pero ahora esta allí, posando para la foto.
Las crónicas futuras, anunciarán -aunque escuetamente- que terminó por abandonar la congregación, careciéndose, de allí en más, de datos o información sobre sus pasos posteriores.
Por ese mismo motivo, se desconoce –incluso- la fecha y el lugar de su muerte.


Juan Cagliero




Se ubica sentado, al lado derecho de Don Bosco, luciendo su atuendo de sacerdote, con la capa tapándole parte de su brazo derecho y miembros inferiores.
Consintiendo el pedido del Padre de la Congregación, ha extendido su brazo para tomar el libro, mientras que su mano izquierda, cerrada casi en un puño, reposa sobre su pierna izquierda.
Acompaña la gestualidad de la recepción, inclinándose hacia su izquierda, de allí que su rostro angular aparece más bien de costado, y sus ojos, están depositados en las Constituciones que recibe.
Don Bosco lo presenta como “doctor en sagrada teología, presidente de la conferencia de moral, dotado de todas las condiciones que se requieren, tanto para los asuntos civiles como eclesiásticos”.
Juan Cagliero está allí, a pesar de que años atrás, nadie hubiese aventurado que saldría airoso de su lecho de moribundo. Sólo Don Bosco confió en su recuperación: el Espíritu Santo devenido en paloma con un laurel en su pico, se lo confirmaría, revoloteando en su frente.
Juan Cagliero observa las Constituciones Salesianas y vuelve hacia atrás con su pensamiento. Se ve en Castelnuovo de Asti, Alejandría, pocos años después de su nacimiento, acontecido el 11 de enero de 1838.
Sí, puede verse en Castelnuovo de Asti, cuando empezaba a caminar siendo apenas un infante.
En las finas estrías que reconoce en la tapa del libro, cree divisar los sinuosos senderos que fueron trazando su vida. ¿Qué otros caminos se unirán a los ya recorridos, cuando su cuerpo comience a desnudar sus pasos en el nuevo continente?. “Muchos”, se dice a sí mismo y descubre -en esas mismas estrías- otras más amplias que van apareciendo como en un caleidoscopio gigante que contiene fechas y acontecimientos significativos.
Don Bosco le ha otorgado el honor de ser el jefe de su primera expedición de misioneros y ha depositado en él, la confianza de ser su mano derecha para los asuntos en que la congregación, necesite poder de decisión, en la Argentina.
Estos instantes en que está posando le parecen eternos, como vastos le parecerán los numerosos viajes cruzando el océano, una y otra vez, cumpliendo a rajatablas, los sueños de su ilustre maestro.
Entre esos caminos que la vida le hará recorrer, sus sandalias serán reconocidas como sacerdote (1860), Vicario Apostólico de la Patagonia (1887-1907), Obispo de Casale (1908), Cardenal Arzobispo de Torino (1909-1912) y Siervo de Dios (1988).
Sí, aquel joven oratoriano que casi entrega la vida por ayudar a los demás y que un día exclamó “Fraile o no, yo me quedo con Don Bosco”, será reconocido como el primer cardenal salesiano en la historia de la Iglesia Católica.
Desconoce que su periplo por tierras del sur, lo harán contactarse con dos personas que serán íconos del acontecer salesiano en esta parte del mundo: Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá, y que, a este último, le dará la extremaución, en la ciudad luz, cuando esté próximo a morir.
Hijo dilecto de Don Bosco, Juan Cagliero no entiende el porqué, pero comienza a transpirar: permanecer quieto le produce una tensión que espera, no se refleje en la toma fotográfica.
Escucha la respiración contenida de todos los que están en el estudio, posando, sin saber que de todo este ajetreado emprendimiento, sólo podrá descansar cuando (ya en Roma, un 28 de febrero de 1926) a los 88 años, sus ojos se apaguen para siempre.


Juan Melchor Bosco


Su cuerpo detenta, definitivamente, una posición rígida, carente de plasticidad.
Su mano derecha toma con sus dedos la base del libro que entrega a Cagliero. La mano izquierda, atravesando el abdomen, busca su polo opuesto (en la segunda toma, la misma mano, se eleva un poco más y descansa en la base de su pecho). Sus ojos, haciendo juego con el resto de la cara estática, observan -firmes- hacia delante.
Cuesta verlo así, sabiéndolo tan activo en su diario vivir, tan lleno de vitalidad para los asuntos a los que ha entregado su vida. Apuesto a que este acto (entrega de la constitución de la congregación salesiana), quiere dotarlo de la real solemnidad que el mismo amerita, más allá que lo retrate en la postura de estatua inanimada.
Inmóvil pero íntegro: allí está él; consagrando su vida a los jóvenes, a los más necesitados, a los faltos de fe, retratándose para la posteridad, junto a los suyos.
Allí está él: haciendo de su trabajo un apostolado, porque en su vida (sabrá decir el Papa Pío XI) “…lo sobrenatural se hizo casi natural y lo extraordinario, ordinario."
Sí, allí está él, presintiendo que en el futuro, todos sus sueños se harán realidad y que él mismo tendrá que reconocer que fue por obra de María, la Madre Auxiliadora de los cristianos.
Juan Melchor Bosco está allí, en pose inanimada, pero su vida y su testimonio de trabajo, darán cuenta de su fluidez en la palabra y accionar. No resultará extraño que años más tarde, cuando los médicos forenses realicen el reconocimiento cadavérico que impone todo trámite de beatificación, reconozcan a su lengua, como el órgano mejor conservado.
Su lengua, con la cual alabó las maravillas del Señor y transformó en oración piadosa toda su existencia. Su lengua, que sirvió para que el amor sea entendido como algo más que un sustantivo abstracto.
Desde la impronta de esta fotografía hasta su muerte (acontecida el 31 de enero de 1888), restan solo 13 años y dentro de esta década, un universo de proyectos concretándose vertiginosamente.
Me imagino la inquietud que lo aborda, esperando que el fotógrafo dé la señal y todo acabe. Él, que no es afecto a las fotografías, será el santo italiano más retratado en el siglo XIX. Imagino, cuánto le cuesta realmente posar, pero los fundamentos de su causa, lo justifican.
Su mano, que sostiene la constitución salesiana, queda en esa posición para siempre, entregándosela a lo que desean encontrar en ella, un modelo de vida y santidad.


Juan Bautista Gazzolo


Es el cónsul argentino en Savona (Italia), está sentado sobre el único sillón al que puede apreciársele sus bondades. El asiento, parece especialmente elegido para satisfacer las inquietudes de su eminencia.
Es un hombre ligeramente obeso, de allí que prefiere sentarse inclinado hacia su derecha, de paso aprovecha para que su extremidad superior descanse sobre el apoyabrazo, y la mano sostenga la espada que recorre su muslo derecho perdiéndose detrás de su otra pierna. El brazo opuesto descansa sobre el muslo de su pierna. Su chaqueta, de corte militar, posee borlas en sus hombros, medallas y condecoraciones en su pecho, un cinto que ajusta su abdomen, la bandolera que sujeta la espada, y en el extremo de sus mangas, ribetes decorados con fino hilo.
Su cara (con bigote al tono) está encallada en una prominente barba que, naciendo desde los bordes de su mandíbula, atraviesa su cuello y reposa erguida en su esternón. Sus ojos miran hacia delante, complacidos. Su posición será idéntica tanto en la “pose A” como en “pose B”.
Mientras espera concluya el tiempo de la exposición fotográfica, tiene presente el momento en que mostró a Don Bosco, aquellos grabados de nativos patagónicos, y trae a su memoria los sorprendidos gestos del santo, al reconocer (en ellos) a los aborígenes de su visión, allá por el año 1854.
Es consciente de su importante contribución a la causa salesiana, e -intimamente- espera alguna recompensa por parte de Don Bosco, a tantos esmerados esfuerzos.
Viajará con los misioneros a la Argentina y se ha comprometido, en persona, a darles clases de español, tanto a los salesianos como a las Hermanas de la misericordia, quienes también serán de la partida.
Descuenta que una de las mejores formas de llegar a los fieles de estas nuevas tierras, es hablarles en su propio idioma.
Se sabe amigo personal de Don Bosco, y lamenta mucho que no sea uno de los que viajen a América, en esta importante etapa en la vida de la congregación.
Juan Bautista Cristóbal Gazzolo, amigo personal del presidente Domingo Faustino Sarmiento y reconocido maestro rural de las pampas argentinas, nació en Camogli, Génova, en 1827 y morirá en Savona en 1895, ostentado un “acopio de benemerencias” (según palabras del Padre Raúl A. Entraigas), que sería largo aquí enumerar.


José Fagnano


Cierra el cuadro de la toma fotográfica. Nada en él desentona con el resto de los misioneros. Es el único que posee sus dos manos reposando sobre sus respectivos muslos. La manta que cubre su vestido de sacerdote, tapa parcialmente sus costados. El crucifijo descansa sobre su estómago.
Su cabeza, amplia y lumínica, deja ver cabellos cortos, frente prominente, ojos orientados hacia el futuro. Será por eso que mira hacia el frente.
Don Bosco lo presenta como “doctor en bellas letras; esto es, regularmente aprobado para enseñar literaturas griega, latina e italiana; historia, geografía y otras materias que a humanidades se refieren. Es el designado para director del futuro colegio de San Nicolás”.
Se siente bien en aquel lugar, agradece una vez más a Don Bosco (salvo que esta vez lo hace mentalmente) el privilegio que le ha otorgado de posar sentado, junto a él, Gazzolo y Cagliero.
Sus prendas de vestir le resultan demasiado lujosas para los avatares que, intuye, le habrá de deparar el futuro próximo. No obstante, las acepta como parte de esa representación oficial que lo enviste.
Es uno de los pocos que mira insistentemente a sus compañeros y los alienta con los gestos y la mirada. Cuando recuerda que está posando para una fotografía, vuelve rápidamente la cabeza hacia la cámara y queda allí, inmóvil, a la espera de que la toma resulte óptima y prontamente.
Le gusta verse así y esa vicisitud lo hace sonreir. Al percatarse de ello, descuenta que, en una de las tomas fotográficas que se ha obtenido, saldrá casi sonriente y espera que este gesto singular, no desdibuje la seriedad de sus intenciones.
El gentil sacerdote salesiano, se siente bien en ese lugar. Y en el sentirse bien con lo que haga, radicará el accionar de toda su vida.
El “capitán bueno” como lo llamarán los indios Onas en el sur del continente, será uno de los más intrépidos, esforzados e infatigables salesianos que haya dado la congregación en aquellos años.
Esa forma de acometer su apostolado, guiado por la lucha y el sacrificio constante, lo llevarán a levantar numerosas Iglesias y Colegios en toda la región de su Vicariato.
José Fagnano, que tiene solo 31 años, sabrá que esa silla donde está sentado ahora, será una bisagra hacia los 41 años de vida que le restan, antes de expirar en Santiago de Chile, el 18 de setiembre de 1916.


Fondo y decorados

Detrás de lo misioneros, podemos observar los fondos del estudio fotográfico. En el sector izquierdo de la fotografía (derecho del observador) donde se encuentran Allavena y Molinari, un cortinado que pende desde alguna parte superior -no visible- cae libremente sobre el piso. Éste último, se encuentra decorado con lo que parece una alfombra con motivos geométricos (círculos y rombos).


Para dar fe de ello


La fotografía que está a punto de obtenerse, será hecha sobre bromuro de argento y su original tendrá una medida de 21,5 por 16 cm.
- Señores, pueden aflojar su cuerpos -manifiesta el fotógrafo-, las tomas han sido obtenidas con éxito.
Don Bosco sonríe, su rostro vuelve a cobrar vivacidad y lozanía, palmea fraternalmente a cada uno de sus misioneros y les agradece “la santa paciencia”.
El padre y maestro de los jóvenes, deseaba “inmortalizar en una fotografía este acontecimiento para publicitarlo y para que sirva de estímulo” (13) y lo ha logrado.
Todo marcha sobre ruedas. Sabe que los sueños, para que transciendan su categoría onírica, requieren de un esfuerzo mayúsculo, es más, él diría “supremo”.
Este sueño, el de la Patagonia, empieza a hacerse realidad.
La toma fotográfica que inmortaliza la primera expedición salesiana está allí, para dar fe de ello.




Notas y bibliografía consultada:

(1) De Internet: www.monografias.com/trabajos13/fotogr/fotogr.shtml - 56k -

(2) De Internet: Wikipedia.

(3) De Internet: www.fotonostra.com/biografias/histfoto.htm - 16k

(4) Torino es una ciudad del norte de Italia, capital de la provincia del mismo nombre. Geográficamente la localidad está enclavada en una planicie delimitada por los ríos Estura de Lanzo, Sangone y Po. Antes de la era romana, la región estaba habitada por el pueblo de los “Taurinos”. En el dialecto italiano conocido como “piamontés”, característico de dicha región, se la denomina “Turín”. En el presente trabajo se utilizará el término Torino correspondiente específicamente al idioma italiano, respetándose las referencias destacadas como material de consulta, en donde se la nombre con el término “Turín”.

(5) Según el Padre Raúl A. Entraigas, en su Libro “Los salesianos en la Argentina” (Volúmen I /años 1874 y 1875), Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1972, en su página 166, refiere: “…los clérigos iban tocados de gran teja española, y con unos manteos exuberantes de varios metros de ruedo…”. El autor desconoce quién fue el que ilustró a Don Bosco sobre este “insólito” ropaje, pero estima que no fue el Cónsul Gazzolo, el que lo hizo.

(6) Tomaré como referencia de las ubicaciones, las indicadas en la página 128 del libro “Don Bosco nella fotografía dell’ 800” de Giuseppe Soldá, en virtud de que las mismas difieren, según la apreciación de los distintos autores consultados. Casos puntuales: el Padre Raúl A. Entraigas y el Padre Cayetano Bruno.
(7) En el libro “El Proyecto de vida de los salesianos de Don Bosco (guía de lectura de las Constituciones Salesianas)”, Direzione Generales Opere Don Bosco, 1987, en su art. 45, se indica: “El salesiano coadjutor lleva a todos los campos educativos y pastorales el valor propio de su laicidad, que de modo específico lo hace testigo del Reino de Dios en el mundo, cercano a los jóvenes y a las realidades del trabajo.”
(8) Clérigo: hombre que ha recibido las órdenes sagradas de alguna religión cristiana. En la Edad Media, hombre letrado o docto. (WordReference.com, Diccionario de la lengua española)
(9) La levita del siglo XIX, se adaptó de una chaqueta militar y se convirtió en prenda de etiqueta masculina. Se hacía de varias formas, pero básicamente era una prenda de manga larga, hasta la rodilla, con faldones, cuello, solapas, botones y abertura detrás. Semejante al chaqué, pero con el delantero recto. (www.modahistoria.com)
(10) De internet: www.mamamargarita2006.com/vol_13cap6

(11) De internet: http://www.mamamargarita2006.com/vol_8cap39

(12) En vano serán las recomendaciones del santo de los jóvenes, para que el Padre Tomatis pusiera un manto de piedad en las desavenencias y viera al codajutor Molinari, como a un hermano con el que hay que restaurar viejas heridas.Todos coincidirán que Molinari fue cambiando al codearse con la alta sociedad de la ciudad de San Nicolás de los Arroyos, que sus modales y consagración religiosa, poseían tintes propios que distaban mucho del resto de los demás misioneros.Eso se dirá de él y será el centro de las controversias.

(13) Manifestación del Padre Giuseppe Soldá en su libro ya citado, página 124.

(Extraído del libro "Giuseppe Rollini: la salvadora gratitud del amparo" del escritor Piero De Vicari, Yaguarón Ediciones, 2009)